lunes, 24 de septiembre de 2018

Nunca...

Ser feliz es importante en esta vida, mas no olvides que:
Nunca sabrás qué es ser feliz sin haber sufrido,
Nunca sabrás qué es la ilusión si no te han desilusionado,
Nunca sabrás qué es el amor si no lo has sentido,
Nunca sabrás qué es el perdón si no te han traicionado,
Nunca sabrás qué tiene importancia si nada has perdido,
Nunca sabrás cuándo viene algo bueno si no viste nada malo,
Nunca sabrás qué es la libertad si no te han oprimido,
Nunca sabrás qué es la compañía si no te han abandonado,
Nunca sabrás qué se siente al levantarse si no te has caído,
Y nunca sabrás qué es vencer si nunca has perdido.

El ángel de la muerte.

Antes tus ojos eran mar, ahora simple arena.
Un pozo sin fondo, un desierto sin estrellas.
Donde la sombra del mundo alzará sus cadenas
Atándote al fondo y arrastrando tu existencia.
Y sonará entonces la voz sin son de aquella sirena
Que cantaba entonando mareas que ni el aire mecía.


Se oirá la llegada del ángel de la muerte.
Las figuras, difusas, que viste despierto
Ahora están oscuras, no hay luz que te guíe.
Nadie tiene la llave que abre tu celda.
Solo tú puedes huir de tu condena.


Aún había esperanza en tu corazón,
Añorando una luz, un punto de apoyo.
Donde tratar de aplacar tu dolor.
Pero no la alcanzaste, no tuviste el valor,
Dejaste de luchar y tu vida al final abatió.


Se oirá llegar el canto de la muerte. 
Te cegará, sentirás cómo te hundes.
En la oscuridad, sin luz, te empiezas a ahogar.
Nadie viene a salvarte y ahora ves
Que ya no habrá lugar al que regresar.


El paseo del andante caballero

Don Mijote estornudó. El frío de la noche calaba hasta los viejos huesos de aquel anciano embutido en armadura, que se hallaba sentado sobre una roca en las ruinas de aquella hacienda. Después de morir, había estado vagando por los alrededores junto a su fiel corcel, que falleció poco después que él.

La gran hacienda había sido demolida, los criados despedidos, y todos se marcharon. Solo piedras y muros destruidos quedaron de lo que había sido la casa de Falonso Mijano. 

Un siglo después, ambos espíritus al fin pudieron separarse de aquel lugar. Así, Don Mijote, volvió a las andadas en busca de aventuras, con una diferencia: esta vez Pancho no iba con él. 

El fantasma de aquel intento de caballero viajó y viajó, hasta que llegó a un castillo. Bajó de su fiel Vocinante y caminó hacia la puerta, convencido de que, como en los últimos cien años con los demás muros, podría atravesar aquella estructura. Sin embargo, no fue así. Don Mijote se dio de bruces contra la puerta y gritó al sentir el dolor tras el "crush" de su nariz al chocar con la dura madera. 

Retrocedió unos pasos, agarrándose el rostro con las manos mientras sangraba. 

«Diantre, si ya hállome muerto, y bien muerto, ¿cómo...?» pensó, pero a media frase fue sorprendido por un relincho de su caballo, y el sonido de las puertas al abrirse. Tras ellas, se hallaba el pequeño cuerpecito de un gato vestido con una capa, unas botas y un sombrero.

—¿Qué quiere, anciano? —gruñó el minino, al ver las pintas de Don Mijote, quien, cada vez más perplejo, preguntó si podía verlo—. Pues claro que puedo verle. Está frente a mi casa, llenando de sang... Espere, ¿ha llamado con la cara? 

—Qué descaro, llamar anciano a este caballero, que no es loco sino viajero, a quien ve usted desde abajo —dijo, indignado, mientras se limpiaba la sangre con un pañuelo. El gato, intrigado por las historias de aquel señor de habla en verso, lo invitó a su castillo. Dentro, se sentaron en una mesa y el anciano comenzó a contar sus aventuras.


"Dulcinea se llamaba la dama, 
De mi lanza ama y doncella,
A quien miradas lascivas lanzaba, 
Pues era en la Mancha la más bella.

Mas Sancho con descaro decía,
Que no era bella sino operada,
Aquella doncella que mi alma quería,
Dejar en la alcoba preñada.

Vieja decían que estaba,
Mi alma pura y desdichada,
Y que no mancillara a la dama,
Estando de cordura capada.

Mas no era locura mi mal, 
Sino negación de conejo,
De la dama que como un animal
Dejaba en vela a este viejo."


A estas alturas, el gato estaba ya metido en la historia. ¿Qué pasó con Dulcinea? se preguntaba. ¿Te la tiraste? Tantas cuestiones en su cabeza... Pero el Mijote continuó.


"En el bote tenía a la dama,
A punta de arma en mi lecho,
Mas no esperaba mi lanza
Hallar algo tan estrecho...


—Ahí, ahí está bien, no me des más detalles —lo paró rápidamente el gato, alzando sus patitas. Y así, conmoviendo al gato con su historia, Don Mijote consiguió un nuevo acompañante, y junto a Vocinante, comenzaron su viaje.

***

Tras una semana de camino, llegaron a un enorme bosque.

—¿Está usté' seguro de que era por aquí? —preguntó el gato, mirando a su alrededor—. ¿No íbamos a un campo?

—Medio siglo ha que emprendí este camino. No cuestiones...

—Vamos, que nos hemos perdido.

—Hmm... —Don Mijote alzó la mirada para observar el bosque y finalmente asintió—. Podría parecer, fiel compañero, que perdidos estamos, mas no desesperes, pues... ¡Un pueblerino he hallado! —contestó animado, señalando una mancha roja que había en el estrecho camino del bosque. Era una niña con una capa roja, que se hallaba tirada en el suelo. El gato la llamó y, como no contestaba, le pegó un bofetón. Ahí sí se despertó, aturdida, y, no sin antes arrancarle un bigote al gato por su atrevimiento, les contó su problema.

Po' illo, iba yo por er campo pa' llevarle la fruta a la vieja, y va y me viene er primo del lobo que se cargó el cazador, sae'. Me robó to' los oros, y despué' vino la prima y se comió a la vieja... que se atragante la perra esa, así se indigeste.

Aquella historia conmovió a Don Mijote y al gato, quienes casi al unísono, le ofrecieron viajar con ellos. Ella aceptó, y después de decirle su nombre: Caperu, los llevó a la salida del bosque.

Llegaron a las afueras de una ciudad, y acabaron a las puertas de una casa que parecía estar abandonada. Don Mijote abrió la puerta y entró, dejando a Vocinante fuera, y siendo seguido por Caperu y el gato. Dentro solo había una mesa de madera con herramientas y algunas estanterías con figuras de madera. El suelo estaba cubierto de serrín.

De pronto, alguien entró en la casa. Era un niño, que lloraba desconsolado mientras presionaba contra su brazo una lima.

—AY, PEPETO, ¡QUÉ SOLO ME HAS DEJADO! 

El estupefacto grupo observó al niño y se percataron de que era un niño de madera. Se limaba el brazo... ¡Para cortarse!

—¡NO TE SUICIDES, LOCO! —gritó el gato, saltando inmediatamente hacia el niño para quitarle la lima. El niño intentó recuperarla, pero Caperu le cruzó la cara de un guantazo.

Vamo' a ', eh. A ver si vamo' a tener un problema. 

Tras calmarse, el niño les contó que su padre, Pepeto, lo había tallado porque se sentía muy solo, y aquella mañana se lo había comido una ballena mientras paseaban por el puerto. Caperu, Don Mijote y el gato lloraron por Pepeto y la abuela de Caperu, y como el niño de madera, llamado Pichono, estaba solo en la vida, decidió ir con ellos. 

***

El viejo y su corcel acabaron viajando en un grupo de cinco, como los de One Direction. Y así fueron, al frente, buscando aventuras a su alrededor, hasta que los que estaban vivos murieron por diversas razones, y sus almas bajaron al mundo para continuar su aventura junto al Mijote.

El vecino

Desde que me mudé a esta nueva casa, conseguí un vecino. No, no estoy de broma. Un vecino que venía a visitarme cada mañana y cada noche al despertar y antes de acostarme. Permanecía allí junto a mí, me escuchaba y me brindaba su silenciosa compañía. Todos los días despertaba pensando en él. Me levantaba de la cama, me desperezaba y abría la puerta de mi balcón para asomarme. Y allí estaban: sus ojos negros observándome desde una rama en la copa del árbol, que podía llegar a tocar si estiraba mis brazos. Le sonreía, y él saltaba a la barandilla para recibirme. Y acariciaba su suave pelaje. Nunca pensé que me haría amiga de una ardilla.

La Leyenda del Minotauro



Maltratado. Humillado. Asesinado. Obligado a luchar en desventaja en un sitio sin escapatoria. Había perdido la cuenta de las heridas en mi piel. Mis músculos desgarrados, mis pulmones atravesados por una espada, mis orejas y cola separadas de mi cuerpo y una última puñalada en mi cuello. Pero no habían terminado conmigo. Oh, no…

Sentí cómo me arrastraban tirando de mis pies. La rabia y el dolor hacían arder mi sangre. Mi alma se resistía a abandonar este mundo. Conseguí abrir los ojos, y vi a mi alrededor cientos de espíritus. Todos los que allí habían caído, al igual que yo. Me miraron, asintieron y corrieron hacia mí desde todos los lugares. Embestida tras otra, entraron en mi cuerpo y se unieron a mi propia alma. Los vítores y gritos del público cesaron de golpe.

Una luz cegadora me rodeó. Sentí cada hueso de mi cuerpo romperse y recolocarse de otra forma. Lancé gritos y gruñidos de dolor y angustia al cielo. Mis heridas se cerraban, las cadenas que me rodeaban se rompieron, los animales que tiraban de mí huyeron asustados. Y mis verdugos observaban, aún en la arena.

Con dificultad, acostumbrándome a mi nuevo cuerpo, me puse de pie. Ya no tenía que ir a cuatro patas, ahora podía caminar erguido, y las extremidades superiores se habían transformado en dos enormes y fuertes brazos, como los de mis asesinos. Por delante de mi cabeza, vi unos poderosos cuernos que se extendían amenazantes hacia delante. Era grande y poderoso, más que los humanos, y, además, estaba aún más vivo que antes. Rugí con toda mi fuerza, alzando la cabeza al cielo, y me lancé hacia el primer humano que vi. Lo reconocí al instante: él me había atravesado con la espada. No tardó en estar colgado de mi cornamenta, peso muerto con el corazón traspasado.

Agité mi cabeza para descolgarlo y su cuerpo inerte cayó a varios metros de mí, manchando con su sangre la arena que a tantos inocentes había visto morir sin oportunidad de huir. 

A mi alrededor, la gente volvía a gritar, pero esta vez no era de alegría. ¿Por qué, si les había dado lo que ellos querían: muerte? Mis verdugos intentaban salir de allí, pero no escaparían. 

Comencé a correr en su dirección. Mis pezuñas retumbaban con fuerza en la arena. Me quedaba poco para llegar hasta ellos cuando cerraron las puertas, pensando que eso me mantendría lejos, pero yo seguí corriendo, bajé mi cabeza y embestí. Astillas volaron por todos lados cuando tumbé el gran portón. Sentí debajo de mí algo crujir: había aplastado a uno. Pisoteé un par de veces y un charco de sangre apareció entre los fragmentos de madera. Ese ya no se levantaría. 

Alcé la mirada para ver a otro tirado en el suelo enfrente de mí, temblando e incapaz de articular palabra. A él también lo reconocí: fue quien me atravesó con aquel palo desde el caballo. Me acerqué y cogí su cabeza con mi mano. Con fuerza, lo alcé en el aire, pensando « ahora estamos a la misma altura », y apreté el puño. "Crash". La sangre cubrió mis dedos cuando le rompí el cráneo. Una salvaje y macabra risotada escapó de lo más profundo de mi ser, como un nuevo rugido infernal.

Tiré el cuerpo al suelo y miré a mi alrededor. Podía oler el miedo al otro lado del pasillo de mi derecha. 

Comencé a caminar hacia allí, hambriento de muerte. Pasillo a pasillo avanzaba hacia mi siguiente víctima. La encontré tratando de abrir una cerradura apresuradamente, pero no era capaz ni de insertar la llave en su sitio. Lo cogí del cuello y lo alcé.

—Déjame ayudarte... —una voz ronca salió de mi garganta. El humano me miró, horrorizado, y le di una fuerte patada a la puerta, derribándola. Dejé a aquel penoso ser en el suelo, y cuando se iba a ir, me lancé hacia delante, atravesándolo con mi cornamenta. Solté otra risotada mientras él chillaba de dolor y pataleaba para tratar de descolgarse, a lo cual le ayudé, lanzándolo contra una pared. Dejó en ella una marca de sangre y cayó al suelo, inerte.

Ignorándolo, atravesé el hueco de la puerta y continué mi camino. Un gran portón me dio la bienvenida a una enorme estancia abarrotada de gente que corría a todos lados intentando salir de allí, y al otro lado, las puertas de mi libertad. 

Comencé a correr hacia allí, embistiendo, aplastando y lanzando lejos a todo aquel que se interponía en mi camino. Y, al fin, salí a la calle, pero no acabó ahí. Había más humanos vestidos como mis verdugos, y no pude evitar correr hacia ellos y destrozarlos uno a uno. Escuché disparos. Un par de balas entraron en mi pecho, pero aquello solo consiguió aumentar mi ira.

Me lancé hacia el portador del arma que me había atacado y lo estampé contra las paredes del exterior de la plaza, dejando en ella su sangre y sesos aplastados. 

Después, miré a mi alrededor. La gente seguía huyendo, algunos no eran capaces de reaccionar, otros me miraban con espanto, pero había un grupo que me animaba al otro lado de las puertas. Me acerqué a ellos y me agaché frente a la humana que estaba delante del resto.

—Esta ha sido vuestra victoria, disfrútala, compañero —dijo, sonriéndome, y alzó una mano para acariciar mi cabeza. Resoplé y la agaché, cerrando mis ojos. Era la primera vez, en mi corta vida, que había recibido una muestra de afecto por parte de un humano. Sentí que la ira en mi interior remitía. Las almas comenzaron a abandonar mi cuerpo, y al final, solo quedé yo. Noté algo cálido a mi espalda. Volví a incorporarme para darme la vuelta y ver qué era. Una hermosa luz levitaba frente a mí, llamándome.

—Esa luz... —gruñí, y la humana caminó hasta situarse junto a mí.

—Ve y descansa en paz. Ya has cumplido tu misión.

La miré, asintiendo. Mientras caminaba, mi cuerpo fue volviendo a su forma original, y al llegar a la luz, pude ver al otro lado un gran prado. Allí estaban todos los de mi especie a los que había conocido. Ni un solo humano. Miré atrás y la muchacha, que aún me observaba, sonrió con afecto, y después salté hacia la luz. Una gran paz invadió mi ser, y sentí la alegría de pisar la hierba fresca con mis pezuñas. Allí podría vivir tranquilo por el resto de la eternidad.



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Desde aquel día, el toreo fue prohibido, y el toro fue recordado como Mino. Aquel suceso apareció en las redes sociales como "La Leyenda del Minotauro".