viernes, 30 de diciembre de 2022

Como pudo ser, habrá sido

No fue un extraño quien arruinó mi vida
Tampoco quien me hizo sentir sola
Fue mi inocencia la que me apaleó
Fueron mis decisiones las que me hundieron
Las que me hicieron sentir débil
Las que destruyeron todo lo que era
Y aún no logran construir nada
Con los pedazos que al suelo cayeron.

Cuanto más tiempo paso pensando
Sola, abatida y en silencio, 
Más imagino una vida que no es mía,
Donde puedo hacer algo de verdad
Y no la basura que hago día a día
Recordando situaciones y eligiendo
Respuestas que no me habrían llevado
A los finales que ocurrieron.

Tal vez así, y solo así, todo sería distinto.

jueves, 29 de diciembre de 2022

Llanto Nocturno

Tú, que todo lo sabes
Tú, que todo lo ves
Tú, cruel destino de los mortales
Tú, amarga condena de las almas
Tú, justo e incomprensible karma
Que haces girar el mundo en un ciclo
Del que nadie puede escapar.

Nunca rezo, pero hoy espero que me oigas
Y que escuches mis lamentos, 
El llanto de un alma perdida.
Hace mucho que no pido nada,
Que todo he intentado hacerlo sola,
Y hoy sangran las letras que 
De mí se desprenden, entre lágrimas
Pidiendo a gritos desgarrados una señal.

¿Qué debo hacer para sentirme llena?
¿Cómo puedo ocupar este vacío
Que solo crece con el pasar del tiempo?
Tal vez no se cumplió lo que pensé
Al comenzar el año, y las heridas
Nunca sanan del todo. 
Solo esperan con paciencia el momento
Para arrancarse la cicatriz.

El momento oportuno para abrirte el alma
Hacerla jirones y esparcirla,
Dejar que se la lleve el viento
Y una vez más tengas que recoger,
Pedazo a pedazo,
Entre la brisa y las hojas que se desprenden
La imagen que tenías de quién eres
Sabiendo que nunca volverá a ser la misma.


LM

domingo, 5 de diciembre de 2021

Juguetes rotos.

A diario me pregunto dónde quedaron las palabras. Dónde fueron las promesas, los sueños y las ilusiones. ¿Será que, a medida que creces, van perdiendo su esencia? ¿Será que de verdad lo que dices se lo lleva el viento? Aunque esté escrito en roca sólida, con la lluvia se termina resquebrajando y las letras se rompen. No será eterno en este plano al que venimos a sufrir lo que en el otro no podemos. No hay nada infinito en este planeta donde incluso la mayor voluntad se ve mermada en algún momento. Nada permanece fuerte para siempre. Ni siquiera el amor. 

Muchos dicen que es un sentimiento muy poderoso, como el fuego que arde en lo más profundo del volcán de la vida. Pero en realidad es el más frágil, por algo muy simple... Es algo entre dos seres. Dos existencias completamente distintas e independientes mentalmente. Un constante tira y afloja, un vaivén de emociones que con él conviven. Algunas coexisten, otras van con el viento en contra. En el momento en que uno de los dos pierde el equilibrio y no son capaces de posar el pie juntos de nuevo en tierra, todo se desmorona. Palabras, promesas, sentimientos, vivencias, memorias, sentimientos, emociones, gestos, caricias, besos. Todo se rompe, tan fácil como decir "adiós". Tan fácil como dar la espalda a todo lo ocurrido y actuar como si no hubiera pasado, esquivando el agujero con el que tropezaron. Abandonando. Dándolo por perdido. 

Cuando el amor acaba de una forma tan repentina como al tropezar y elegir caer y hundirlo en lo más profundo en lugar de levantarlo, deja un profundo vacío. Desolación. Dolor. Algo inacabado, cosas pendientes. Sueños, futuros que se desploman con la facilidad con que un niño rompe un juguete, con la esperanza de que alguien lo arregle por él, o de apartarlo hasta que se arregle solo, para luego volver a intentar jugar. Pero no puedes jugar con un juguete roto si nadie lo ha arreglado. El destino será el mismo una y otra vez, como un bucle sin salida. Se rompe, lo abandonas, y cuando crees que está curado, vuelves a intentarlo, solo para darte cuenta de que sigue roto, y tirarlo una vez más... hasta que el juguete queda irreparable.

La vida es efímera. El amor es efímero. Los recuerdos pueden permanecer un tiempo, pero, al final, también desaparecen. Nadie recuerda toda su vida palabra a palabra. Si no podemos luchar por quien queremos por recuperar la comodidad, si no podemos luchar por nuestros sueños por miedo a cambiar en el camino, si no elegimos la lucha en lugar del conformismo, si vemos el cambio y el progreso como abandonar nuestro propio ser... ¿A qué hemos venido? 

Al final, quedaremos estancados en el agujero en el que elegimos tropezar y hundiremos tanto en él la cabeza por miedo a que alguien nos intente sacar de ahí, que cuando intentemos salir nosotros mismos, estaremos tan adentro que no recordaremos el camino de vuelta. Y, así, nuestra alma volverá al cosmos sin haber aprendido. Sin haber luchado, habiendo abandonado lo que en vida amábamos, por no ser capaces de dar un paso atrás y saltar el muro.

Seremos ese juguete roto, que tendrá que volver al mundo a sufrir una vez más, hasta que aprendamos a evolucionar. 

Hasta que aprendamos a amar.

sábado, 4 de diciembre de 2021

A la medianoche...

 “Y, a la medianoche, cuando todos dormían y la oscuridad se adueñó de todo, el lobo aulló a la luna, el búho despertó hambriento, el aire susurró al bosque, la tierra se estremeció, el agua la acarició y el fuego la encendió, dando luz a la bruja y a su invocación, librándola de la maldad, ahuyentando al diablo y a las ánimas sedientas, bajo la luz de la Diosa para ganar su favor. Así fue. Hecho estuvo... Hecho está.”





miércoles, 17 de julio de 2019

Quiero silencio.

Caos. Una avalancha de emociones y pensamientos inundan tu consciencia en cada momento de tu vida. ¿Descanso? ¿Bromeas? Nunca dejan de escucharse. Siempre están ahí, por sutiles que sean. Puede que pienses que eres tú mismo quien te habla, pero no es así. Tú no te dirías esas cosas. ¿O tal vez sí? La verdad es que no lo sabes. Vives, continúas día a día diciéndote que tienes que levantarte por la mañana. ¿Para qué? Tienes cosas que hacer. Pero, ¿cuántas de esas cosas son por tu propia voluntad? A lo largo del día te mueves, a veces como un autómata, simplemente por costumbre. Te levantas, haces lo que debes y luego tal vez algo que te gusta. Pero incluso las cosas que te gustan pueden volverse en tu contra en algún momento, y entonces vuelven. Ellos. Esos susurros. Si cierras los ojos puedes llegar a escuchar palabras, e incluso frases sueltas. No reconoces tu voz en ellas. Pueden llegar a superar el tono de tu pensamiento. ¿Quién? ¿Por qué? ¿Qué pasa? Una presión en el pecho te dice que algo se te está yendo de las manos. Tratas de pensar en otra cosa. Cantas, te imaginas historias en tu mente para no pensar en los susurros. Tu propia realidad los aísla mientras te mantienes ocupado dando vida a marionetas de tu tiempo. ¿Quién eres? ¿Por qué vives? ¿Para qué respiras? ¿Qué te mantiene en pie? ¿Qué hace que no te derrumbes? ¿Qué te distingue de cualquier otra persona? ¿Qué es real y qué no? Puede que estés loco. Puede que todos estén locos y seas el único cuerdo. Entonces, ¿podría todo ser solo una imaginación tuya? ¿Podría la gente que crees ser real, ser solo un susurro? ¿Que entren en tu realidad y te confundan para que les des vida? Oh, espera. 

¿Eres acaso tú real? 

viernes, 4 de enero de 2019

El cazador, 2

La noticia no tardó en extenderse como un rumor al llegar a la comisaría. Un cazador desquiciado, Antonio Roble, volvió solo de una batida de caza a la que había ido con su suegro, Francisco Aguilar. No paraba de repetir que habían visto una bruja que amenazó con matarlos a todos y que ella asesinó a su suegro. Los oficiales llegaron a pensar que Antonio había matado él mismo a Francisco, había perdido la cordura e intentó echarle la culpa a un ser inexistente. Pero no podían ignorar el hecho de que Francisco seguía desaparecido y el único testigo era su posible asesino, así que la policía envió una patrulla, y con ella a Antonio, para investigar el bosque y encontrar el cadáver. 

—Una bruja hecha de paja, dice —comentó el copiloto del coche, con sarcasmo—. ¿Y si hacemos un asado? Podemos echar al chalado este, unos filetillos saldrían.

—Pues es más creíble que cuando dijo Juan que había visto un fantasma en la casa del que asesinaron el martes.

—Ya. Igual estaba colocado y se asustó de cualquier bicho. Esta gente es de tiro flojo. 

—Aquí hay osos, ¿no? 

—Sí. Y puede salirte un león de un árbol también. Diego, por favor. 

—¿Qué? No he estado en el campo en mi vida, Julio.

—No te vas a cansar de ese chiste de mierda, ¿verdad? 

Diego dejó escapar una carcajada. Salió ligeramente del camino y aparcó el furgón en el arcén, al lado de una señal que indicaba la entrada al coto de caza. Bajó la ventanilla que insonorizaba los asientos delanteros del resto del vehículo. Antonio estaba mirando por la ventana, muy serio. La mujer que lo acompañaba fulminó con la mirada a sus compañeros.

—Os ha cundido el viajecito, ¿eh?

—Bueno, tú sabes... Antonio, ¿sabrás llegar desde aquí a donde está Francisco?

—Os digo que deberíais haberme dejado la escopeta. Esa perra sigue por ahí seguro y va armada.

—Claro… Lleva un arco —Diego bajó del coche mordiéndose la lengua para no reírse de él allí mismo y abrió la puerta del esposado cazador para después ayudarle a bajar. Julio y la otra agente bajaron también y los cuatro se reunieron junto a la señal. Antonio abrió el candado que cerraba la verja de la entrada y pasaron al interior. A pie, se adentraron en el bosque y avanzaron hasta que encontraron un rastro de sangre.

—Esto fue del coyote que cazamos, que le disparó mal mi suegro y se intentó escapar. Entonces le disparó otra vez cuando iba a saltar el tronco aquel —explicó Antonio mientras avanzaban hacia el tronco que había señalado. El hedor a descomposición había comenzado a extenderse y llegó hasta ellos momentos antes que la escena del cuerpo enredado en raíces en el suelo, con una flecha sobresaliendo de su pecho. Los tres oficiales se quedaron mudos al ver aquello. No se lo habían creído cuando escucharon la declaración, y habían estado riéndose de la bruja del arco desde que les dieron el caso por la mañana. 

La agente se puso unos guantes y una mascarilla blanca y se acercó a inspeccionar el cadáver mientras Diego llamaba a la comisaría para comunicar que habían encontrado el cadáver. La mujer tuvo que romper algunas de las raíces que lo atrapaban porque no le dejaban llegar hasta el cuerpo a través de las pocas aberturas en las extremidades.

—Tiene una contusión en la barbilla y hematomas por los brazos. Hay uno similar a la marca de una mano, puede que hubiera forcejeo...

—Fue ella —dijo Antonio, evitando mirar el cadáver y en su lugar, atento a su alrededor, como si buscara algo—. Cuando llegué, lo tenía tirado en el suelo agarrado del brazo. 

—La única herida que veo es la de la flecha. La mayoría de la sangre de la ropa seguramente no es suya —con esas palabras, la agente finalizó su inspección. Guardó sus cosas en el maletín y retrocedió unos pasos para ver de nuevo la escena y se dirigió a sus compañeros—. El hematoma del brazo no parece hecho por un hombre. Es una mano pequeña, parece de mujer. 

—Os lo dije. Fue esa bruja. ¡VEN AQUÍ, CABRONA! ¡QUE TE REVIENTE LA CABEZA! —comenzó a gritar el cazador, aún esposado, mirando como un poseso a todos lados. Diego y Julio intentaron calmarlo, pero él seguía gritando y maldiciendo.

—Será mejor que lo encierre en el coche mientras llega el inspector. A ver si podéis encontrar algo más. —Julio agarró del brazo al cazador y comenzó a caminar, llevándolo a empujones en dirección a la salida del coto y dejando atrás a los otros dos agentes. Comenzaba a refrescar y el viento no era agradable en medio del bosque, así que trató de aligerar el paso y llegar lo más rápido posible al vehículo, donde empujó a aquel desquiciado y lo metió en los asientos traseros. Acababa de encerrarlo cuando escuchó el aire silbar a su derecha y, al instante, un golpe seco. Al mirar, vio una flecha sobresaliendo de la rueda delantera del coche. Inspiró profundamente por el susto y, perplejo, miró al interior de la verja y cogió la pistola de su cinturón. Quitó el seguro y, listo para disparar, se adentró de nuevo en el coto.

jueves, 1 de noviembre de 2018

Segunda oportunidad

—Su café, caballero —dije, sonriendo, mientras cogía de la bandeja el pedido del cliente de la mesa junto a la que me encontraba y lo dejaba sobre ella. Después di media vuelta y volví a la barra.

—Melissa, atiende la mesa cinco. —Era un día ocupado, así que obedecí el encargo de mi jefa sin decir nada. Ella se estaba encargando de la barra, donde había bastantes personas, no podía venir conmigo a atender las mesas. 

Cogí mi pequeña libreta y un bolígrafo y me dirigí a la mesa cinco. Por el camino, llegó hasta a mí el humo del cigarro de uno de los clientes, y un fuerte dolor en mi pecho me hizo toser varias veces con fuerza hasta marearme. Preocupado al ver mi tambaleo, un compañero se acercó a mí para sujetarme.

—¿Estás bien, Lissa? Ve a descansar un poco, anda. Yo me encargo. ¿A qué mesa ibas? —dijo mientras me ponía una mano en la espalda y la otra en mi brazo. 

—La cinco. —Apenas pude decir esas dos palabras sin volver a toser.— Atiende por mí la cuatro y la ocho también, por favor. —Él asintió, y tras darle las gracias me dirigí rápidamente al baño. Mientras entraba y cerraba la puerta volví a toser, extrañada por el sabor a hierro que sentí de pronto, y luego asustada cuando me miré al espejo y vi la sangre en mis labios. Miré la mano con la que había cubierto mi boca al toser y observé que había un poco también en ella. 


⊰⋄⊱


Esa fue la primera vez que me pasó algo así. No le di mucha importancia, pensé que estaba cansada por tanto trabajo. En verano el bar solía tener muchos clientes y no descansaba mucho. Sin embargo, mi estado empeoró. Poco a poco, los ataques de tos aumentaron, muchas veces con sangre; comencé a perder el apetito y a comer menos, por lo tanto bajé bastante de peso, y solía tener un dolor constante en el pecho. A pesar de ello, no quise ir al médico. Si soy sincera, fue por miedo a lo que me pudieran decir. Pensé que si seguía pensando que no era nada, terminaría por curarme y seguiría viviendo como antes.

No fue sino hasta que me desmayé en medio del pasillo que mi novio me llevó de inmediato al hospital, junto a mi hermana menor y mis padres. 


⊰⋄⊱


El médico miró los papeles que tenía en la mano con una seria expresión que me hizo temer lo peor. Tomé con fuerza la mano de Carlos. Al menos me transmitía algo de seguridad, aunque sabía que nada me salvaría del resultado de las pruebas. 

—No podemos afirmarlo del todo aún, pero, con las pruebas que hemos realizado, todo apunta a que es un cáncer de pulmón. —Aquellas palabras provocaron sentimientos contradictorios en mi interior. Por un lado quería echarme a llorar, por otro gritarle al doctor que era mentira, y otra parte me decía que era yo la culpable por no haber ido antes al hospital. 

Escuché un sollozo a mi espalda. Mi hermana se había abrazado a mi madre y había empezado a llorar. Yo tenía lágrimas en mis ojos, pero no era capaz. Solo tenía veintiséis años. Había vivido tan poco...— Tenemos que hacer alguna prueba más para asegurarlo. Permanecerá ingresada esta noche mientras las hacemos, así podremos atenderla si hay algún problema. 

Y así comenzaron las pruebas. Cada resultado me aseguraba más lo que temía, y cuando me hicieron el escáner, se confirmó del todo: tenía cáncer. 

Cuando me lo dijeron, estaba en la camilla de mi habitación, junto a Carlos y mi madre, ambos pálidos y con ojeras, él por haber pasado la noche cuidando de mí, y ella seguramente por no haber dormido en casa. Aún me pregunto si aquella noche durmió alguien.

—Es arriesgado hacer una cirugía ahora debido a la extensión del tumor. Primero será necesario realizar un tratamiento y esperar a que mejore un poco para hacer la cirugía y tratar de eliminarlo.

Aquello me dio algo de esperanza. Las palabras del doctor me daban una solución. Algo que hacer para tratar de curar la enfermedad. No todo estaba perdido como había pensado.

Durante un mes seguí el tratamiento en el hospital mientras me recuperaba lo suficiente para ir a casa con algo de seguridad. Después continué yendo todos los días durante otros cinco meses que se me hicieron eternos. Al final, el tumor se redujo un poco y pudieron hacerme la cirugía. Pensé aliviada que todo había acabado. El doctor dijo que había salido todo bien, y aunque debía guardar reposo y seguir yendo a revisión periódicamente, podía seguir mi vida con normalidad. Aquello nos hizo llorar de alegría a los cuatro. 


⊰⋄⊱


Con mi renovado optimismo, fui a varias revisiones durante los dos meses siguientes y decidí dejar de ir. Quería olvidarme rápido de todo lo que había pasado. Debía cuidarme, pero no volví a ir al hospital. Carlos y mi familia insistieron, pero al final se resignaron ante mi tozudez. 

Continué con mi vida como había hecho antes del incidente, aunque dejé mi empleo en el bar, ya que me habían recomendado no exponerme al humo del tabaco y allí solía haber fumadores habitualmente, así que me quedé en casa durante un tiempo hasta que encontré otro trabajo: dependienta de una tienda de ropa. No tenía que hacer tanto esfuerzo como de camarera, estaba libre de humo y además me gustaba. 

Once meses después, dejé el trabajo y volví al hospital. Di a luz a una niña. La llamamos Alba. Fue una broma de una enfermera que me había atendido durante mi estancia en el hospital meses atrás. “Llamadla como yo, así os acordáis de que os tuvo en vela toda la noche”, dijo, y entre risas, decidimos que ese sería su nombre.

La cuidé y disfruté de mi familia durante medio año. Me resultó extraño que cada vez perdiera más peso, me costara respirar y me dieran unos leves ataques de tos, cada vez más frecuentes. No dije nada por temor. Tenía una niña. Tenía que cuidar de ella. No podía dejarla sola. Pero no me quedó más remedio. La ambulancia tuvo que venir a recogerme. Pensé que moriría aquella noche. Hace ya dos meses de eso.


⊰⋄⊱


Y aquí estoy de nuevo, aunque en otra habitación: cuidados paliativos esta vez. Algo más grave y con atención médica constante. Apenas puedo respirar sin la máquina de oxígeno, y aun así, el dolor es horrible. La cirugía era muy arriesgada. El tumor ha crecido más que la primera vez que lo tuve, así que comencé de nuevo el tratamiento, añadiendo quimioterapia. Aunque no me lo digan directamente, lo sé: no aguantaré con vida hasta que sea seguro hacer la cirugía. 

Se me cayó el pelo. Apenas tengo fuerzas para valerme por mí misma. Dependo de los cuidados de mi madre y las enfermeras. Dejé solo a Carlos cuidando de Alba. Mi niña. Ojalá pudiera estar a su lado, jugar con ella, verla crecer mientras envejezco. ¿Me odiará cuando crezca y piense que la dejé sola? ¿Fue una decisión irresponsable tener una hija? ¿Debería haberle dicho a mi familia que volvía a tener síntomas de la enfermedad? Ya no sirve de nada pensar en eso. No me queda mucho. 

Al fin Carlos ha podido venir a visitarme al dejar a la niña con una canguro. No me hace las preguntas que hace todo el mundo ni dice las mismas cosas. “¿Qué tal?”, “¿Cómo te encuentras?”, “Tienes que ser fuerte por tu hija”. Todo eso suena muy lejano, y es inútil. Es un hecho que voy a morir. 

Como si tratara de darme fuerzas, se sienta a mi lado y me coge de la mano después de darme un beso en la frente. 

—¿Cómo está mi niña? —pregunto en un susurro con voz ronca: no tengo energía para más.

—Está bien. Está… —Hace una breve pausa para respirar hondo una vez. Sus ojos brillan como si estuviera a punto de llorar—. Está con una canguro ahora —Asiento lentamente y sonrío. Cojo aire para volver a hablar, ignorando la punzada de dolor de mi pecho al llenar los pulmones.

—Siento que hayas tenido que pasar por esto. 

—No digas eso, Melissa. No es culpa tuya. Estaré contigo… —Deja la frase a medias de pronto. Apuesto a que lo que sigue es un “hasta el final”.

—¿Te importa si… —Cojo aire de nuevo, no muy segura de lo que voy a decir—. pido algo un poco egoísta? 

—Lo que quieras, cielo. Pide lo que quieras.

—Quiero casarme contigo antes de irme.


⊰⋄⊱


Fue difícil encontrar un vestido que me quedara bien. Hice más esfuerzo que en todo el tiempo que estuve en el hospital, pero al fin lo encontré, y valió la pena para aquel momento. Me encontraba frente al altar, aferrándome con mis últimas fuerzas al brazo del amor de mi vida, el que estuvo conmigo hasta el final. Ambos dimos el “sí quiero” en el jardín trasero del hospital, frente a nuestra familia más cercana y algunas enfermeras, que nos observaban con lágrimas en los ojos. Todos tenían algo por qué llorar aquel día. No era un escenario de ensueño, pero era más de lo que podía pedir en mi estado. 

Cuando terminó la ceremonia, mi madre me acercó a Alba. Con cuidado, la cogí entre mis brazos y dejé escapar las lágrimas. 

—Crece sana, ¿sí? Abrígate en invierno para no resfriarte, come verduras, deja las chucherías para la merienda, hazle caso a papá… —susurré con la voz entrecortada, abrazándome a mi hija con cuidado. De nuevo, comencé a toser. Mi madre cogió a la niña, y un par de enfermeras se acercaron a mí para ayudarme.

—Debería volver ya a la habitación… —No escuché las siguientes palabras de la enfermera. Sentí un fuerte dolor en el pecho y cerré los ojos. Pero no tuve miedo. Estaba feliz. Tenía el anillo en mi dedo y había visto a mi hija. Podía irme…


⊰⋄⊱


—No hay esperanza de que sobreviva, con la cirugía al menos tiene una posibilidad, por baja que sea. Decídanse rápido. 

—Está bien. Soy su marido. Firmaré. Hagan lo que sea, pero por favor, hagan algo... 

Oí ruidos de pasos acelerados. Sentí que me movía. Una puerta cerrándose. Un pinchazo en el brazo. Y volví a dormirme. 


⊰⋄⊱


Dejo de teclear por un momento para despegar la mirada del portátil que tengo sobre mi regazo. A unos metros de mí, Alba corretea por el jardín jugando con nuestro cachorro. Sonrío y apoyo mi espalda en el cojín de la hamaca. Respiro profundamente un par de veces con los ojos cerrados. La brisa fresca de la primavera acaricia mi rostro. ¿Qué más podría pedir?

—¿Aún estás escribiendo? —Escucho una voz a mi espalda y unos pasos acercándose a mí. Abro los ojos y le dedico una sonrisa a Carlos momentos antes de que me de un beso. Después continúa caminando hacia la niña y el perro—. ¡Alba, cógelo! —dice mientras le lanza una pelota de plástico. La niña la intenta coger y se cae al césped entre risas. Dejo escapar una leve risilla y vuelvo a mirar el portátil.


“Mantén la esperanza y disfruta todo lo que puedas. La vida puede llegar a dar segundas oportunidades.”


Termino de escribir la última palabra de la historia que me ha costado siete años decidirme a redactar y cierro el ordenador para dejarlo sobre la mesita. 

—¡Eh, yo también quiero jugar! ¿Me lanzas la pelota, cariño? — Sonriendo, me pongo de pie, suelto la pinza de mi pelo, el cual cae sobre mis hombros con delicadeza, y camino hacia mi familia. 

lunes, 22 de octubre de 2018

El cazador


El cazador alzó sus prismáticos y observó a la inocente criatura que estaba a punto de convertirse en la última presa de aquella batida de caza: un hermoso ciervo que pastaba tranquilamente, sin saber qué estaba a punto de ocurrirle. Sin percatarse del peligro que tenía a su espalda.

Tras los prismáticos, el hombre alzó su arma: aquella que tantas vidas había segado con su fuego sin mostrar piedad alguna, aquella cuyo cañón ahora apuntaba al ciervo. Entonces, algo se cruzó entre ellos. Una persona. O, al menos, eso parecía desde aquella distancia. Vestía unos extraños ropajes de los colores del bosque, con los que podía camuflarse fácilmente. Su cabello, castaño, caía por su espalda, con algunas trenzas a ambos lados de su rostro. Por su figura, dedujo que era una mujer. Algo llamó su atención en aquella persona: llevaba un arco corto en su espalda y un carcaj en su cintura. Podría ser una cazadora furtiva que se había metido allí sin licencia. Siguió observándola y vio cómo la extraña se acercó al ciervo. Al contrario de lo que esperaría cualquiera, el animal no huyó. Recibió agradecido las caricias de la joven hasta que ella le hizo gestos para que se fuera. Entonces desapareció en la espesura del bosque. 

El cazador se puso de pie y pasó al otro lado del arbusto tras el que se escondía, decidido a plantar cara a aquella mujer que acababa de espantarle la presa. Pero, aunque estaban lejos, cuando la mujer se dio la vuelta y fijó sus ojos en él, éste pudo saber de inmediato que ella hacía mucho que se había percatado de su presencia. Con tranquilidad, la mujer se acercó, sin realizar ningún gesto que pudiera reflejar sus intenciones.

—Baja tu arma, humano. En esta tierra ya se ha derramado demasiada sangre. —Su voz era suave, como la brisa del bosque, pero no podía calmar al cazador, cuya sed de sangre le cegaba y no era consciente de lo que tenía frente a sus ojos.

—¿Quién te crees para meterte en mi coto? ¿Quién eres, una imbécil del PACMA? Te podemos meter una demanda...

Ella negó levemente con la cabeza y, con tristeza, observó detrás del cazador el cadáver de un hermoso coyote. Ignorando sus palabras, se acercó al animal caído. El hombre, furioso, fue a agarrarla del brazo para apartarla. Con un rápido movimiento, esquivó su mano y lo agarró por la muñeca, para después retorcerle el brazo y derribarlo sobre la hierba manchada de la sangre de sus víctimas. Unas nuevas pisadas la alertaron y momentos después un segundo cazador llegó hasta ellos, confuso por la escena que se hallaba ante sus ojos. Aquel hombre era más observador y, aunque era un humano impulsivo como su compañero, se detuvo un segundo para observar a la mujer, y a pensar que tal vez podía no ser humana. Su piel estaba ligeramente bronceada, y en ella se observaban unos extraños dibujos que formaban líneas ligeramente más claras, como si fuese la corteza de un árbol. Sus ojos, verdes, no tenían pupila, y sus orejas eran ligeramente puntiagudas. 

—¿¡Quién eres!? —preguntó el segundo cazador en voz alta, alzando su escopeta para apuntar con ella a la muchacha en un gesto de amenaza. Pero ella no se alteró. Con calma, soltó al primer cazador y dio un par de pasos a un lado para apartarse de ambos, sin dejar de mirar a aquel que la apuntaba con el arma. 

—Mi nombre es Ëminthael Väriant, y soy una elfa. Los humanos habéis derramado la sangre de mis hermanos durante siglos, y habéis contaminado nuestra tierra con el metal de vuestras balas y la crueldad de vuestros actos. No podemos seguir permitiéndolo. Por eso… —Alzó su mano derecha en dirección al primer cazador, que se había incorporado pero seguía agachado, perplejo e incrédulo. Inmediatamente después de aquel gesto, la hierba en torno a él comenzó a moverse, y unas raíces emergieron de la tierra y lo atraparon sin que pudiera evitarlo.

—¿QUÉ MIERDA ES ESTO? SERÁ CABRONA, BRUJA ASQUEROSA, ¡ANTONIO, QUÍTAME ESTO! —gritaba el cazador derribado, entre aterrado y desconcertado, ante la atónita mirada de su compañero, quien alternaba la mirada entre él y Ëminthael. 

Ëminthael permaneció inmóvil, esperando alguna reacción por parte de Antonio, aquel cazador que aún estaba libre. Pero lo que presenció, aunque era algo esperado, la decepcionó: Antonio gritó atropelladamente una amenaza que ninguno entendió, pero bastó al oír el disparo que dirigió a la muchacha. La bala impactó contra la corteza de un árbol. Al ver las intenciones del hombre, Ëminthael se desplazó y, en el momento del disparo, había desaparecido de la trayectoria, al haber dado una voltereta en el suelo en dirección a unos arbustos para salir del campo visual de los humanos. Una flecha silbó un par de segundos después y atravesó el aire en un parpadeo, llegando hasta su objetivo y clavándose en él: el corazón del primer cazador, aún atrapado por las raíces. Antonio gritó y miró a todos lados apuntando con su arma a cada sombra que creía ver, aterrado.

—Fuera, humano. Y lleva mi mensaje a tu especie. —La voz de la elfa resonó por el bosque. Parecía salir de cada árbol, arbusto y hoja de aquel lugar. Y, sin pensarlo dos veces, el cobarde cazador huyó de allí, amenazado por alguien capaz de responder a su ataque. Alguien más rápido que él. Alguien que lo había convertido en presa. 

lunes, 24 de septiembre de 2018

Nunca...

Ser feliz es importante en esta vida, mas no olvides que:
Nunca sabrás qué es ser feliz sin haber sufrido,
Nunca sabrás qué es la ilusión si no te han desilusionado,
Nunca sabrás qué es el amor si no lo has sentido,
Nunca sabrás qué es el perdón si no te han traicionado,
Nunca sabrás qué tiene importancia si nada has perdido,
Nunca sabrás cuándo viene algo bueno si no viste nada malo,
Nunca sabrás qué es la libertad si no te han oprimido,
Nunca sabrás qué es la compañía si no te han abandonado,
Nunca sabrás qué se siente al levantarse si no te has caído,
Y nunca sabrás qué es vencer si nunca has perdido.

El ángel de la muerte.

Antes tus ojos eran mar, ahora simple arena.
Un pozo sin fondo, un desierto sin estrellas.
Donde la sombra del mundo alzará sus cadenas
Atándote al fondo y arrastrando tu existencia.
Y sonará entonces la voz sin son de aquella sirena
Que cantaba entonando mareas que ni el aire mecía.


Se oirá la llegada del ángel de la muerte.
Las figuras, difusas, que viste despierto
Ahora están oscuras, no hay luz que te guíe.
Nadie tiene la llave que abre tu celda.
Solo tú puedes huir de tu condena.


Aún había esperanza en tu corazón,
Añorando una luz, un punto de apoyo.
Donde tratar de aplacar tu dolor.
Pero no la alcanzaste, no tuviste el valor,
Dejaste de luchar y tu vida al final abatió.


Se oirá llegar el canto de la muerte. 
Te cegará, sentirás cómo te hundes.
En la oscuridad, sin luz, te empiezas a ahogar.
Nadie viene a salvarte y ahora ves
Que ya no habrá lugar al que regresar.


El paseo del andante caballero

Don Mijote estornudó. El frío de la noche calaba hasta los viejos huesos de aquel anciano embutido en armadura, que se hallaba sentado sobre una roca en las ruinas de aquella hacienda. Después de morir, había estado vagando por los alrededores junto a su fiel corcel, que falleció poco después que él.

La gran hacienda había sido demolida, los criados despedidos, y todos se marcharon. Solo piedras y muros destruidos quedaron de lo que había sido la casa de Falonso Mijano. 

Un siglo después, ambos espíritus al fin pudieron separarse de aquel lugar. Así, Don Mijote, volvió a las andadas en busca de aventuras, con una diferencia: esta vez Pancho no iba con él. 

El fantasma de aquel intento de caballero viajó y viajó, hasta que llegó a un castillo. Bajó de su fiel Vocinante y caminó hacia la puerta, convencido de que, como en los últimos cien años con los demás muros, podría atravesar aquella estructura. Sin embargo, no fue así. Don Mijote se dio de bruces contra la puerta y gritó al sentir el dolor tras el "crush" de su nariz al chocar con la dura madera. 

Retrocedió unos pasos, agarrándose el rostro con las manos mientras sangraba. 

«Diantre, si ya hállome muerto, y bien muerto, ¿cómo...?» pensó, pero a media frase fue sorprendido por un relincho de su caballo, y el sonido de las puertas al abrirse. Tras ellas, se hallaba el pequeño cuerpecito de un gato vestido con una capa, unas botas y un sombrero.

—¿Qué quiere, anciano? —gruñó el minino, al ver las pintas de Don Mijote, quien, cada vez más perplejo, preguntó si podía verlo—. Pues claro que puedo verle. Está frente a mi casa, llenando de sang... Espere, ¿ha llamado con la cara? 

—Qué descaro, llamar anciano a este caballero, que no es loco sino viajero, a quien ve usted desde abajo —dijo, indignado, mientras se limpiaba la sangre con un pañuelo. El gato, intrigado por las historias de aquel señor de habla en verso, lo invitó a su castillo. Dentro, se sentaron en una mesa y el anciano comenzó a contar sus aventuras.


"Dulcinea se llamaba la dama, 
De mi lanza ama y doncella,
A quien miradas lascivas lanzaba, 
Pues era en la Mancha la más bella.

Mas Sancho con descaro decía,
Que no era bella sino operada,
Aquella doncella que mi alma quería,
Dejar en la alcoba preñada.

Vieja decían que estaba,
Mi alma pura y desdichada,
Y que no mancillara a la dama,
Estando de cordura capada.

Mas no era locura mi mal, 
Sino negación de conejo,
De la dama que como un animal
Dejaba en vela a este viejo."


A estas alturas, el gato estaba ya metido en la historia. ¿Qué pasó con Dulcinea? se preguntaba. ¿Te la tiraste? Tantas cuestiones en su cabeza... Pero el Mijote continuó.


"En el bote tenía a la dama,
A punta de arma en mi lecho,
Mas no esperaba mi lanza
Hallar algo tan estrecho...


—Ahí, ahí está bien, no me des más detalles —lo paró rápidamente el gato, alzando sus patitas. Y así, conmoviendo al gato con su historia, Don Mijote consiguió un nuevo acompañante, y junto a Vocinante, comenzaron su viaje.

***

Tras una semana de camino, llegaron a un enorme bosque.

—¿Está usté' seguro de que era por aquí? —preguntó el gato, mirando a su alrededor—. ¿No íbamos a un campo?

—Medio siglo ha que emprendí este camino. No cuestiones...

—Vamos, que nos hemos perdido.

—Hmm... —Don Mijote alzó la mirada para observar el bosque y finalmente asintió—. Podría parecer, fiel compañero, que perdidos estamos, mas no desesperes, pues... ¡Un pueblerino he hallado! —contestó animado, señalando una mancha roja que había en el estrecho camino del bosque. Era una niña con una capa roja, que se hallaba tirada en el suelo. El gato la llamó y, como no contestaba, le pegó un bofetón. Ahí sí se despertó, aturdida, y, no sin antes arrancarle un bigote al gato por su atrevimiento, les contó su problema.

Po' illo, iba yo por er campo pa' llevarle la fruta a la vieja, y va y me viene er primo del lobo que se cargó el cazador, sae'. Me robó to' los oros, y despué' vino la prima y se comió a la vieja... que se atragante la perra esa, así se indigeste.

Aquella historia conmovió a Don Mijote y al gato, quienes casi al unísono, le ofrecieron viajar con ellos. Ella aceptó, y después de decirle su nombre: Caperu, los llevó a la salida del bosque.

Llegaron a las afueras de una ciudad, y acabaron a las puertas de una casa que parecía estar abandonada. Don Mijote abrió la puerta y entró, dejando a Vocinante fuera, y siendo seguido por Caperu y el gato. Dentro solo había una mesa de madera con herramientas y algunas estanterías con figuras de madera. El suelo estaba cubierto de serrín.

De pronto, alguien entró en la casa. Era un niño, que lloraba desconsolado mientras presionaba contra su brazo una lima.

—AY, PEPETO, ¡QUÉ SOLO ME HAS DEJADO! 

El estupefacto grupo observó al niño y se percataron de que era un niño de madera. Se limaba el brazo... ¡Para cortarse!

—¡NO TE SUICIDES, LOCO! —gritó el gato, saltando inmediatamente hacia el niño para quitarle la lima. El niño intentó recuperarla, pero Caperu le cruzó la cara de un guantazo.

Vamo' a ', eh. A ver si vamo' a tener un problema. 

Tras calmarse, el niño les contó que su padre, Pepeto, lo había tallado porque se sentía muy solo, y aquella mañana se lo había comido una ballena mientras paseaban por el puerto. Caperu, Don Mijote y el gato lloraron por Pepeto y la abuela de Caperu, y como el niño de madera, llamado Pichono, estaba solo en la vida, decidió ir con ellos. 

***

El viejo y su corcel acabaron viajando en un grupo de cinco, como los de One Direction. Y así fueron, al frente, buscando aventuras a su alrededor, hasta que los que estaban vivos murieron por diversas razones, y sus almas bajaron al mundo para continuar su aventura junto al Mijote.